En el último artículo de este blog destacábamos diferentes documentos que se encuentran en el Centro de Interpretación del Torico (CIT) y que son de relevante significación para nuestros festejos y para la historia de nuestro pueblo. Ahora, queremos continuar con esta labor e incidir en otros elementos singulares que hacen de nuestra antiquísima fiesta de cosecha un rito único de un gran valor etnográfico y antropológico.

Porque el Torico mantiene un sistema ritual con prácticas que, a veces, velan su sentido primigenio vinculado a lo sagrado y eterno; ceremonias con una poderosa dimensión enigmática que, incluso, han adquirido un significado nuevo.

El desarrollo litúrgico del Torico, como el antiguo Toro nupcial, por ejemplo y entre otros, tiene elementos que nos evocan, decisivamente, a aquellas liturgias atávicas precristianas en las que el animal simbólico era vehículo de fecundidad. Éste recorrerá el pueblo para purificarlo, para librarlo de enfermedades, para abonarlo, para engendrar y propiciar la vida. Por eso se dedicará el festejo al sanador San Roque, que nos libra de las pestes y las epidemias y a María, “Maia”, “Madre”, la “Señora de la naturaleza” y principio de la vida, la gran y fértil matriz. Por eso se repartían higos y “doseticas” (o rosquilletas del toro), en esas casas con las cambras repletas de frutos.

Y, por eso participan en él parejas de jóvenes: los “clavarios de San Roque” y las “clavarias de la Asunción”;  o se celebran Danzas,Verbenas, Mojigangas o juegos de fuerza o habilidad en las tradicionales Cucañas (de las que hablaremos en otros artículos más adelante) o las entrañables Rondas, que se están intentando recuperar. Unos cantos que nos retrotraen y nos dan pistas esenciales de los fundamentos de la fiesta, pues se desarrollan en la época de la fertilidad y a la luz de la luna (con su atávica simbología genésica); dedicándolos a aquellas mozas a las que se ha llevado la cuerda, a quienes se le brinda el toro, en un acto de valor.

La misma significación se aprecia en las Grupas, olvidadas igualmente algunos años y dedicadas, como todo en estas fiestas, que suponen un “gran cortejo”, también a la mujer. En ellas, las parejas desfilan en vistoso pasacalle, antes de las Entradas de vacas y toros, a lomos de caballerías y carruajes decorados por los guarnicioneros, como nuestra “badana”. Irán tocadas con sus mejores galas; con bastones, sombreros, abanicos o, por supuesto, con los tradicionales mantones de Manila.

Precisamente, en este punto vamos a hablar de esa atractiva prenda: el Mantón de Manila, en concreto del que acoge el CIT. Ésta es una pieza de seda, de principios del siglo XX, bordada con vistosas flores, de diferentes tamaños y colores. Está cedido a la colección por la familia Tarín Herráez y perteneció a Pilar Herráez Alcañiz, que fue clavaria en 1943 y que vemos en alguna de las fotografías.

En realidad, curiosamente, parece que el Mantón de Manila, ni es de origen español, ni de Manila. Es más probable que proceda de China, donde comenzó a trabajarse la seda; sin embargo tomó su nombre de Manila, capital de Filipinas, por ser punto de partida de las rutas comerciales en la dorada época imperial española.

Ya sea con flores, como en éste caso, o con pájaros, motivos geométricos y figuras humanas, el mantón es una prenda que se puso de moda en nuestro país en pleno siglo XVIII, entre las damas de la alta sociedad. Éstas cubrían sus hombros con ella, siendo protagonista de zarzuelas y letrillas, de cuadros y obras de arte. Pero a medida que fueron pasando los años esta delicada pieza fue popularizándose, también, entre mujeres menos adineradas.

 La extraordinaria perfección de los bordados, el enrejado o macramé que enmarca el tejido, el colorido y las composiciones, han permitido que esta prenda sobreviva a lo largo de los tiempos, empleándose como elemento de gala en grandes eventos festivos, como ocurre aquí, también, en la tradicional verbena del mantón, de las fiestas patronales de septiembre.

El mantón se llevaba, pues, en los vistosos desfiles ecuestres en los días que siguen a las carreras del Torico. Unos pasacalles con las calles enramadas y acompañados de música que que se están intentando recuperar en estos últimos años y que antecedían a las Entradas con caballos. En ellas, los pocos mozos que tenían caballo, han corrido, desde antiguo, a lomos de sus rocines engalanados, junto al ganado bravo, para conducirlo hasta los toriles.

En la segunda parte de este artículo incidiremos en el carácter simbólico de este rito que, como veremos, podría tener relación (aunque no encontramos investigaciones al respecto), con las Consualia (dedicadas a Consus, dios protector de los graneros), las cuales se hacían el día 19 y 21 de agosto, respectivamente.

Ritos como éste, que mantiene latente su dimensión trascendente, mágica o enigmática, permiten reconocer nuestro festejo en sus orígenes y en su expresión actual, en lo que fue y en lo que ha llegado a ser; y también diferenciar nuestras fiestas y significarlas frente a otras. Una ceremonia que es necesario recuperar con todos sus elementos, como fuente de conocimiento, como medio de evocación y comprensión; de reconocimiento.

JCM.

Centro de Interpretación del Torico

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