Acabamos el último artículo dedicado a la Navidad, subrayando nuestro interés por resaltar todos esos acontecimientos, que configuran o han configurado nuestro singular calendario festivo anual; todos aquellos rituales que nos han acompañado en las diferentes celebraciones comunales que, siempre, han seguido el ritmo de las estaciones, el ritmo de la naturaleza. Finalizamos el texto aludiendo al veintiocho de diciembre, como comienzo, con la “Fiesta de los Inocentes”, del ciclo carnavalesco donde triunfan los ritos de inversión, con bailes, estrenas, cantos, bromas, hogueras, etc., y que se extendería hasta el principio de la Cuaresma.

En este sentido hay que destacar que, si bien, ya no se celebran los tres días de baile en Carnaval, como se hacía hasta los años sesenta de siglo XX, en los diferentes Casinos; sí ha cobrado mayor auge otra celebración: la del taumaturgo y anacoreta San Antón (el 17 de enero). El santo que prepara y protege la futura cosecha, en el tiempo del cálculo, la previsión y las rogativas. Pese a la gran dimensión que ha adquirido, esta fiesta es aquí reciente y, por lo tanto, no tiene carácter de rito agrario, ni siquiera se bendice a los campos y a los animales domésticos empleados en las faenas agrícolas, como antaño, sino, sobre todo, a los de compañía. Eso sí, en una fiesta muy participativa donde, ocasionalmente, se traen animales de toda la comarca, igual que las caballerías de aquí se desplazan a otros pueblos.

Quizá, la razón por la que, en Chiva, este santo no ha sido tan festejado, se debe a que su celebración está muy cercana a la de los Santos Medios, el cinco de febrero, de la que hemos hablado en otras ocasiones desde esta y otras plataformas (y a la que seguiremos aludiendo, por su gran interés y singularidad). De hecho, la hoguera purificadora que se quema en la iglesia, tan característica de los rituales rurales, no es tradicional, pues el verdadero fuego festivo ha sido, aquí, el de San Alejandro y San Macario; por lo menos desde el XVII, cuando se les nombra patrones de la población, tras traer sus reliquias. La hoguera instrumental de San Antón, tan extendida por todo el territorio valenciano y que, tradicionalmente, además de permitir la comensalidad y proporcionar calor y luz, tenía un significado profiláctico y terapéutico; aquí, pues, no adquiere la misma relevancia, pues el protagonismo será para esa otra manifestación ígnea autóctona: las hogueras o “Sagatos” que, todavía, se prenden en las diferentes calles en honor a los patrones de la población.

Como hemos comentado, en sociedades agrarias, como ha sido la nuestra, los festejos y los remotos ceremoniales litúrgicos se estructurarán, desde época preindustrial, en función del ciclo agrario. Así, a lo largo del año, el curso ritual, se dividirá en tres etapas que se corresponderán con el ritmo de la cosecha: la bendición de campos y animales, que comenzaría después de “Navidad” y culminaría a principios de mayo; en segundo lugar, las prácticas de conjura o rogatorias, hasta el momento de recolección; y, por último, el momento de la cosecha, con rituales de acción de gracias. La mayoría de estos acontecimientos festivos anuales tendrán, pues, un carácter religioso; son ceremonias cristianas, aunque, como señalan diferentes especialistas, como Antonio Ariño, a alguna de ellas subyace otra anterior celebración pagana modificada en sus signos y su acepción.

Así, actuarán como intermediarios en esta estructurada secuencia ritual, diferentes personajes sagrados que asegurarán la salud de los campos y las cosechas. En concreto, en Chiva, adquirirán protagonismos protectores como San Antonio Abad, San Isidro, Abdón y Senén (los “Santos de piedra”) o el Bautista. Todos ellos, por cierto, están representados en los lienzos de nuestra iglesia parroquial. También tendrá que ver con ese carácter rural, la veneración a la Virgen de la Asunción y a Roque, santo intercesor asociado a pestes y epidemias y a enfermedades contagiosas (como el propio San Antón). Como sabemos, ambos estarán ligados a nuestra fiesta más emblemática: la del Torico de la cuerda, celebrada en agosto, la época de la recolección, cuando la tierra pare sus frutos. Es entonces cuando emerge este atávico tótem unido a la fertilidad y que, aparecerá, en múltiples ocasiones, como aquí, unido a la Virgen, la gran Madre; una figura sagrada que, por cierto, se ha asociado, así mismo, a antiguas divinidades, relacionadas, también, con la naturaleza y su fecundidad.

Agosto sería, pues, el eje festivo del año, que culminará con la fiesta patronal de la Virgen del Castillo, al final de la recolección. Después, cuando la actividad agrícola se ralentiza, llegarán celebraciones intimistas como la de Todos los Santos, el tiempo de los difuntos, tiempo de letargo cósmico; de espera y reflexión, como el de la Cuaresma.  Entremedias se desarrollarán celebraciones como la Navidad (que acabamos de repasar) en un ciclo festivo invernal, que es el único no propiamente económico. Con ritos carnavalescos que hacen despertar fugazmente a las gentes de esa somnolencia que dura hasta la primavera. Como señala Mircea Eliade, ya los pueblos primitivos concibieron el cambio de ciclo como una época de ablución y exceso, pues el nuevo año garantiza la renovación de las provisiones y la continuidad de los ritmos agrarios. Esperamos pues, que el año que acabamos de comenzar sea propicio para nuestros campos y nuestras gentes.

 JCM

Centro de Interpretación del Torico (CIT)

 

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