Los primeros documentos escritos que hacen referencia a este festejo chivano los encontramos en el libro de jurados del siglo XVII (1648-1662); también en los “Libros de fábrica de la iglesia parroquial”, del último tercio del XVIII. Por otra parte, varias leyendas de tradición oral sitúan su origen mucho antes, concretamente a principios del siglo XIII y también en el XVII; ambas tienen que ver con el paso de ganados trashumantes por las cañadas y veredas de nuestro extenso término.

Pero, al margen de estos legajos y estas narraciones, en realidad, parece evidente, si analizamos su desarrollo ritual –algo que se puede hacer durante todo el año, visitando el Centro de Interpretación del Torico-, que nos encontramos ante una costumbre ancestral, anterior a la conquista cristiana. Sí, nuestro festejo contiene elementos, como el mismo hecho de llevarlo a la casa de la novia en tiempo de cosecha, que lo emparentan, intrínsecamente, con ancestrales ceremonias en las que el animal simbólico era vehículo de ablución y fecundidad.

Porque el toro, de energías temibles y cornamenta fálica, desde los orígenes de la humanidad, ha sido considerado el más poderoso de los animales, mágico, sagrado. Las distintas culturas lo han considerado símbolo de la feracidad, relacionándolo con la fuerza genésica masculina y, a la vez, con la sagrada feminidad ligada a los primeros cultos a la madre tierra.  Estará ligado a la muerte, pero también a la vida, a la resurrección.

Así, el tótem prodigioso intervendrá en diferentes prácticas religiosas tan enraizadas, en la península, que serán asimiladas posteriormente por el cristianismo, ligadas a la intercesión de la Virgen o a los milagros de santos taumaturgos. Al mismo tiempo, formarán parte del complejo sistema ritual que acompaña al ciclo productivo, orientadas a conseguir la intervención de los intermediarios sagrados en la incontrolable e impredecible naturaleza, que tanto condiciona la vida del agricultor. Serán fundamentales en las fiestas de cosecha, que marcan los tiempos en sociedades agrarias.

En nuestro caso, el Torico se desarrollará en agosto, mes en el que culmina gran parte del ciclo agrícola, y se dedicarán los festejos a la Virgen de la Asunción y al milagrero San Roque; divinidades que, por cierto, nos recuerdan, entre otras, a Andera, diosa del matrimonio y la juventud y a Endovelico, el dios de la medicina al que se le vinculaba. La primera estará representada por las “Clavarias de la Asunción”, y el segundo por los “Clavarios de San Roque”. Ambos son grupos de jóvenes para los que estas fiestas suponen su puesta de largo, su presentación en sociedad, una especie de rito de transición biográfica, de paso; como la misma carrera, en la que el joven demuestra su valía al clan, conduciendo, con gran valor al astado.

Es el momento en que tradicionalmente ellas les bordarán el pañuelo y ellos les prenderán la borla en el pecho, como después harán en la carrera, arrancándola de la badana del toro, en un acto más que simbólico. Juntos participarán, pues, en la “Fiesta de la flor” o en la de “la borla”, o en el reparto del “Rollo de San Roque”.  Y juntos asistirán a las típicas “Albás” o entrarán la badana la madrugada del día 17, para que comiencen los tres días de carreras, el gran juego del Torico.

El animal poderoso, genésico y lustral, se llevará a casa de la madre y, sobre todo, de la amada (como el antiguo Toro nupcial, tan extendido por la península) y se atará a la falleba, para que penetre en el umbral de esas casas limpias, recién “emblanquinadas” y traiga y celebre la fecundidad. Para que propicie la fertilidad de las personas y los campos. Porque ese es el objetivo esencial de este tótem entrañable y siempre respetado, que se devolverá a la sierra tras lograr los fines rituales; nuestro singular “Toro de vida”.

Éste recorrerá el pueblo para purificarlo, para librarlo de enfermedades, para abonarlo, para engendrar y propiciar la vida. Por eso se dedicará al sanador San Roque, que nos libra de las pestes y las epidemias y a María, “Maia”, “Madre”, la “Señora de la naturaleza” y principio de la vida, la gran y fértil matriz. Por eso se emparejará a los jóvenes clavarios y, por eso, se han desarrollado, tradicionalmente, los días de toro, “Bailes” y “Rondas” dedicadas a las mozas. La misma significación se aprecia en las “Grupas”, los días de entradas de toros, que nos evocan a las Consualias romanas de agosto, cuando finaliza la cosecha del cereal y otras frutas, y comienza la de la uva. Esas fiestas en las que se ornaban las caballerías para pasearlas por calles enramadas, antes de los juegos, acrobacias y copiosos banquetes. Un rito que se abandonó unos años y se está recuperando; y que siempre se han dedicado, como todo en estas fiestas, que suponen un “gran cortejo”, también a la mujer. En ellas los jóvenes pasearán a las chicas -que lucirán sus mejores mantones de Manila-, en sus caballerías adornadas, como el mismo Torico; incluso hace años, los que tenían caballo (muy pocos), corrían la entrada de toros.

Así pues, y volviendo a la carrera, el tótem, coronado por una badana multicolor, elaborada artesanalmente por el “correcher” o guarnicionero, recorrerá el pueblo en una liturgia entrañable; después de que el dulzainero despierte a los vecinos en la “Diana”; después del disparo de tres simbólicas salvas o carcasas. Y todas las puertas, como manda la tradición, permanecerán abiertas solidariamente. En ellas sujetarán unos minutos al toro los mozos, incluso lo harán entrar en el hogar. Y éstos serán recompensados con agua resurrectora, mistela del terreno, con higos y “rosquilletas o Doseticas del toro”, que también nos remiten al poder engendrador del ídolo.

Y en la plaza se dejará pasar al toro delante, para honrarle, en su vuelta a los toriles. Desde allí, el dulzainero conducirá en un alegre pasacalle a todas las peñas a la plaza donde bailarán las antiquísimas “Torrás” (danzas circulares del siglo XVI) y se elevarán en “Torres” humanas improvisadas que se ejecutan tras la carrera, mojigangas acrobáticas que también nos recuerdan ritos atávicos y que, refuerzan esa secuencia ritual en torno al cortejo y la regeneración. Porque esas demostraciones de fuerza y habilidad continuarán en las “Cucañas”, con juegos como el de “Tiro a garrote”, tras los típicos y populares “Almuerzos”, donde triunfa la idea de abundancia, en la época de la recolección, de exceso, de la plenitud que subyace a todos los actos y que constituyen la esencia de esta fiesta solidaria, igualitaria. Es el tiempo del reencuentro, el hermanamiento y la desmesura; de la inversión ritual.

El Torico es sobre todo un gran acontecimiento social pero además es un gran acontecimiento cultural, de gran valor antropológico, y de un gran interés turístico, como recientemente ha reconocido la Generalitat, al declararla Fiesta de Interés Turístico autonómico de la Comunitat Valenciana. La fiesta, que se ha extendido, en parte, a otras localidades valencianas cercanas, supera ampliamente la componente religiosa o lúdica, influyendo, por ejemplo, en la creación artística en todas sus modalidades, incluso en los juegos de los niños o en el lenguaje. El Torico, mantiene viva una secuencia ritual atávica que apenas ha variado a lo largo de los siglos; se ha convertido en nuestra principal riqueza patrimonial. Es, sin duda, nuestra principal seña de identidad, nuestra mejor herencia.

JCM

Centro de Interpretación del Torico (CIT)

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